lunes, 19 de agosto de 2013

Capítulo 1.

Sophie
“I’m just a girl trying to find a place in this world”. –Taylor Swift, A Place In This World.
Por fin había llegado el día, hoy me iba a Londres con mi mejor amiga. Lo que habíamos soñado hace años finalmente lo habíamos conseguido. Tras ganar dos becas para estudiar en uno de los internados más prestigiosos de Londres que además estaba especializado en música nuestros padres habían decidido dejarnos hacer el Bachiller allí. Con dieciséis años recién cumplidos por mi parte y dieciséis aún sin cumplir por parte de mi mejor amiga Amanda, Amy para los amigos, Pasaríamos dos años estudiando en tierras extranjeras. Iba a ser increíble.
                -Esto pesa –dijo mi padre tras meter la última de mis tres maletas en el maletero de su viejo Megane azul.
         Cogió las dos maletas de Amy y por último metió mi guitarra en el asiento del copiloto. Papá se había ofrecido para llevarnos al aeropuerto, los padres de Amy trabajaban y no podían llevarla así que era él quien nos iba a llevar. Mamá esperaba en la puerta de casa, ella odiaba las despedidas. El aeropuerto de Barajas estaba cerca pero aun así nos llevaban en coche para evitar pérdidas de equipaje y cosas por el estilo. Me acerqué a mamá quien estaba con lágrimas en los ojos.
-Mamá, no llores que volvemos en Navidades. En dos meses y medio estamos aquí –dije abrazándola.
-Mi niña, que se hace mayor, ya verás, te echarás novio allí y te quedarás a pasar todas las vacaciones allí –las lágrimas comenzaron a brotar por sus mejillas, las retiré con la yema del pulgar.
-Mamá, volveremos, te lo prometo, nos tenemos que ir o perderemos el vuelo –dije sonriéndole, tratando de transmitirle tranquilidad. Pero conociéndola me costaría.
-Está bien hija, -me sonrió –pero por favor, en cuanto aterricéis llámame, portaros bien y tú, Amy, cuida bien de mi hija. Vigílala.
-Mamá, –me quejé –sé cuidarme sola, no me hacen falta niñeras.
-Vamos Rosa, llegaremos tarde, deja a las chicas irse –dijo mi padre sonriendo a mamá.
-Está bien, está bien.
Mamá nos dio un beso a cada una y se quedó en la puerta de casa hasta que papá arrancó el coche. Saludó desde la puerta con tristeza secándose las lágrimas con un pañuelo de papel. Siempre había sido una niña mimada, me controlaban demasiado, por eso no tenerme durante dos años en casa se les haría difícil.
-Soph, estamos llegando al aeropuerto –dijo mi padre tras desviarse de la autopista.
-Amy, despierta –dije zarandeándola. Amy y su facilidad para quedarse dormida en cualquier sitio.
-¿Qué..? ¿Dónde estamos? –dijo aun adormilada –¿ya hemos llegado? ¿Estamos en Londres?
-Eh, no. Aún ni hemos subido al avión, deja de soñar y levanta el culo. Hemos llegado al aeropuerto.
Dos chicos de aparentemente nuestra edad se bajaban de un coche cerca del nuestro. Parecían monos. Mi padre sacó la guitarra del asiento de al lado del suyo. Abrí el maletero del coche y saqué mis tres maletas. Amy consiguió salir del coche sin caerse de las plataformas que llevaba puestas. Los chicos del otro coche se quedaron mirándola y uno de los dos soltó un silbido. Esa era otra faceta de mi amiga, siempre llamaba la atención por donde pasaba. Papá sacó las maletas de Amy y cerró el maletero. Caminamos hacia el aeropuerto y pesamos las dos maletas.
Pagamos lo que debíamos pagar por llevar más peso del permitido y nos adentramos en la sala de embarque. El avión estaba a punto de despegar así que corrimos hasta entrar en el vehículo y sentarnos en los asientos que dos azafatas vestidas con un traje azul marino nos indicaron. Los asientos eran de cuatro en cuatro y a nuestro lado había dos libres. Los dos chicos de antes entraron en el avión y las azafatas les indicaron los asientos de al lado.
-Anda Alex, pero mira a quienes tenemos aquí, las dos chicas de antes –dijo el que antes había silbado.
Amy me miró elevando una ceja poniendo cara de “¿Quiénes son estos?”. Le contesté con un movimiento de hombros y les miró.
-¿Y vosotros sois…? –preguntó Amy mirándoles con la misma cara que me había mirado a mí.
         -Yo soy David, -dijo el chico de los silbidos –y él…
         -Tío, se presentarme solito, gracias. Yo soy Alex –dijo mirándome a los ojos.
         Sus ojos marrones color miel me dejaron sin aliento. Conseguí pronunciar un hola antes de que su sonrisa consiguiera hacer que me olvidara de cómo hablar.
         -Yo soy Amy, ella es Sophie, y como podéis ver, sí que no sabe presentarse solita –dijo mi amiga riendo.
         Sentí como mis mejillas se teñían de un rojo profundo y conseguí esbozar una tímida sonrisa.
         Otra de las mil y una facetas de Amy es que ella conseguía sacar conversaciones de debajo de las piedras mientras que yo, me encerraba en mi mundo y no sabía entablar una conversación con nadie que no conociera. Por lo que opté por coger mi iPod y echar una cabezadita escuchando “Sinkin’ In” una de mis canciones preferidas.


Alex
     Sonreí al ver con quien nos había tocado sentarnos. Había estado desde que llegamos al aeropuerto rezando para que no nos tocara sentarnos con algún viejito dormilón o con algún niño toca narices. Tuvimos más de la suerte que esperábamos al tocarnos al lado de las dos chicas que habíamos visto en el aparcamiento. David las había señalado en cuanto vio a la segunda chica salir del coche, pero yo me había fijado más en la primera. Parecía tímida, un reto y los retos me gustaban.
         -Mira con quien nos toca –canturreé pegándole un codazo a mi amigo y guiñándole un ojo.
-Anda Alex, pero mira a quienes tenemos aquí, las dos chicas de antes –dijo David con un descaro increíble.
Las dos chicas se pusieron a cuchichear y la más lanzada de las dos le contestó mientras la otra simplemente se quedó mirando. Me quedé observándola mientras mi amigo contestaba a la lanzada.
-Yo soy David, y él…
         -Tío, se presentarme solito, gracias. Yo soy Alex –dije mirando a la chica tímida a los ojos.
         Me senté en el asiento del pasillo mientras Amy y mi amigo charlaban animadamente. No me apetecía mucho hablar por lo que encendí el iPod y me puse una versión acústica de “22” de Taylor Swift. Canturreé para mis adentros el estribillo de la canción. Me quedaban unos cuantos años para los veintidós pero esa canción me gustaba. La voz de Taylor fue desapareciendo de mis oídos mientras caía en un profundo sueño.
         El zarandeo de David fue lo único que consiguió despertarme tras decirme que estábamos a punto de aterrizar. Podía ver alguno de los monumentos más importantes por la ventana del avión. Londres era gigante pero parecía tan pequeño a la altura a la que estábamos.
-Soph, que aterrizamos –chilló Amy mientras zarandeaba a su amiga.


Amy
-Menuda potencia de voz que tienes, casi me dejas sordo –se quejó David.
         -¿Se nota que soy cantante, verdad? –dije sonriendo mientras le guiñaba un ojo.
         Se me quedó mirando mientras canturreó una canción de Jason Mraz en mi oído.
         -Yo también canto ¿ves? –demostró su talento sonriente.
         Había una pequeña posibilidad de que fuéramos al mismo internado. Pero no, no podía ser, bastante casualidad era que nos tocara sentarnos al lado en el avión. Sonreí al chico que tenía en frente y decidí preguntarle.
         -¿Y vosotros, a qué venís a Londres?
         -A estudiar –contestó mirándome a los ojos –música –concretó.
         -¿Aquí? –le enseñé la hoja en la que ponía el nombre del internado.
         Sacó una hoja del bolsillo de sus vaqueros desgastados, me la mostró y pude ver una copia idéntica de la que teníamos Sophie y yo. Conclusión, los veríamos todos los días.
         -¿Y vosotras? ¿Sabéis ir al internado? –preguntó Alex.
         -No –contestamos Sophie y yo al unísono.
         Salimos del avión sin pronunciar una palabra. Caminamos hacia las cintas en las que se recogían las maletas y a continuación esperamos junto a la puerta del aeropuerto pensando en algo que hacer.
         -¿Y si cogemos un taxi? Damos la dirección y ya nos llevan… -sugirió Alex. Chico listo.
         -Está bien –dijo Sophie acercándose a un par de taxistas que había contratados por el aeropuerto.
         Sophie hablaba inglés perfectamente, su nombre era inglés. Su madre era española pero su padre era de Seattle. Ella había nacido allí pero a los tres años sus padres decidieron volver al país natal de su madre. Entonces yo la había conocido y llevaba siendo mi mejor amiga desde que éramos enanas.
Alex corrió detrás de mi amiga hacia los taxistas y con un perfecto inglés pidieron dos taxis.
David
     Alex y yo, ayudamos al conductor a colocar las maletas en el maletero del coche, nos subimos en uno de los dos taxis y le dimos la dirección. Tras pasar por encima del Támesis; por el Tower Bridge y ver monumentos históricos como el London Eye o el Big Ben, atravesamos una calle que llevaba a dar al palacio de Buckingham, donde vivía la reina de Inglaterra. Seguimos recorriendo en taxi algunas de las calles frías de Londres, en 20 minutos estábamos en la residencia. Era un edificio blanco en las afueras de la zona céntrica con hiedra en la fachada.
Entramos al edificio, tenía muebles y puertas antiguos y réplicas de cuadros famosos, como ‘El Caballero de la mano en pecho’  y algunos más que conocía de los que no recuerdo el título. Los muebles de madera, dejaban ver polvo acumulado en ellos durante años y la alfombra de moqueta roja que llevaba a la recepción tenía manchas, probablemente de polvo también. Dentro del internado nos encontramos con las chicas. Posamos las maletas y mi guitarra en unas escaleras de caracol, también cubiertas de moqueta roja y nos dirigimos a la recepción donde una señora rubia de unos cincuenta años estaba dispuesta a atendernos. A primera impresión era un edificio que escondía secretos, y escondería aún más tras nuestra llegada a él…estaba seguro de ello. 
         Las chicas hablaban con la mujer y Alex atendía a lo que decía, parecía que yo era el único que estaba observando cada una de las cosas que rodeaba aquel extraño lugar. Se me haría raro vivir en él. Parecía acogedor pero a la vez podía llegar a dar algo de miedo. Los ojos de los personajes pintados en los cuadros me seguían con la mirada, o al menos, daba esa sensación. Me acerqué a mi amigo algo acojonado.

         

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