Sophie
“I’m
just a girl trying to find a place in this world”. –Taylor Swift, A Place In
This World.
Por fin había llegado el día,
hoy me iba a Londres con mi mejor amiga. Lo que habíamos soñado hace años
finalmente lo habíamos conseguido. Tras ganar dos becas para estudiar en uno de
los internados más prestigiosos de Londres que además estaba especializado en
música nuestros padres habían decidido dejarnos hacer el Bachiller allí. Con
dieciséis años recién cumplidos por mi parte y dieciséis aún sin cumplir por
parte de mi mejor amiga Amanda, Amy para los amigos, Pasaríamos dos años
estudiando en tierras extranjeras. Iba a ser increíble.
-Esto
pesa –dijo mi padre tras meter la última de mis tres maletas en el maletero de
su viejo Megane azul.
Cogió las
dos maletas de Amy y por último metió mi guitarra en el asiento del copiloto.
Papá se había ofrecido para llevarnos al aeropuerto, los padres de Amy
trabajaban y no podían llevarla así que era él quien nos iba a llevar. Mamá
esperaba en la puerta de casa, ella odiaba las despedidas. El aeropuerto de
Barajas estaba cerca pero aun así nos llevaban en coche para evitar pérdidas de
equipaje y cosas por el estilo. Me acerqué a mamá quien estaba con lágrimas en
los ojos.
-Mamá, no llores que
volvemos en Navidades. En dos meses y medio estamos aquí –dije abrazándola.
-Mi niña, que se hace
mayor, ya verás, te echarás novio allí y te quedarás a pasar todas las
vacaciones allí –las lágrimas comenzaron a brotar por sus mejillas, las retiré
con la yema del pulgar.
-Mamá, volveremos, te lo
prometo, nos tenemos que ir o perderemos el vuelo –dije sonriéndole, tratando
de transmitirle tranquilidad. Pero conociéndola me costaría.
-Está bien hija, -me sonrió
–pero por favor, en cuanto aterricéis llámame, portaros bien y tú, Amy, cuida
bien de mi hija. Vigílala.
-Mamá, –me quejé –sé
cuidarme sola, no me hacen falta niñeras.
-Vamos Rosa, llegaremos
tarde, deja a las chicas irse –dijo mi padre sonriendo a mamá.
-Está bien, está bien.
Mamá nos dio un beso a cada
una y se quedó en la puerta de casa hasta que papá arrancó el coche. Saludó
desde la puerta con tristeza secándose las lágrimas con un pañuelo de papel.
Siempre había sido una niña mimada, me controlaban demasiado, por eso no
tenerme durante dos años en casa se les haría difícil.
-Soph, estamos llegando al
aeropuerto –dijo mi padre tras desviarse de la autopista.
-Amy, despierta –dije
zarandeándola. Amy y su facilidad para quedarse dormida en cualquier sitio.
-¿Qué..? ¿Dónde estamos?
–dijo aun adormilada –¿ya hemos llegado? ¿Estamos en Londres?
-Eh, no. Aún ni hemos
subido al avión, deja de soñar y levanta el culo. Hemos llegado al aeropuerto.
Dos chicos de aparentemente
nuestra edad se bajaban de un coche cerca del nuestro. Parecían monos. Mi padre
sacó la guitarra del asiento de al lado del suyo. Abrí el maletero del coche y
saqué mis tres maletas. Amy consiguió salir del coche sin caerse de las
plataformas que llevaba puestas. Los chicos del otro coche se quedaron
mirándola y uno de los dos soltó un silbido. Esa era otra faceta de mi amiga,
siempre llamaba la atención por donde pasaba. Papá sacó las maletas de Amy y
cerró el maletero. Caminamos hacia el aeropuerto y pesamos las dos maletas.
Pagamos lo que debíamos
pagar por llevar más peso del permitido y nos adentramos en la sala de
embarque. El avión estaba a punto de despegar así que corrimos hasta entrar en
el vehículo y sentarnos en los asientos que dos azafatas vestidas con un traje
azul marino nos indicaron. Los asientos eran de cuatro en cuatro y a nuestro
lado había dos libres. Los dos chicos de antes entraron en el avión y las
azafatas les indicaron los asientos de al lado.
-Anda Alex, pero mira a
quienes tenemos aquí, las dos chicas de antes –dijo el que antes había silbado.
Amy me miró elevando una
ceja poniendo cara de “¿Quiénes son estos?”. Le contesté con un movimiento de
hombros y les miró.
-¿Y vosotros sois…?
–preguntó Amy mirándoles con la misma cara que me había mirado a mí.
-Yo soy
David, -dijo el chico de los silbidos –y él…
-Tío, se
presentarme solito, gracias. Yo soy Alex –dijo mirándome a los ojos.
Sus ojos
marrones color miel me dejaron sin aliento. Conseguí pronunciar un hola antes
de que su sonrisa consiguiera hacer que me olvidara de cómo hablar.
-Yo soy
Amy, ella es Sophie, y como podéis ver, sí que no sabe presentarse solita –dijo
mi amiga riendo.
Sentí como
mis mejillas se teñían de un rojo profundo y conseguí esbozar una tímida
sonrisa.
Otra de
las mil y una facetas de Amy es que ella conseguía sacar conversaciones de
debajo de las piedras mientras que yo, me encerraba en mi mundo y no sabía
entablar una conversación con nadie que no conociera. Por lo que opté por coger
mi iPod y echar una cabezadita escuchando “Sinkin’ In” una de mis canciones
preferidas.
Alex
Sonreí
al ver con quien nos había tocado sentarnos. Había estado desde que llegamos al
aeropuerto rezando para que no nos tocara sentarnos con algún viejito dormilón
o con algún niño toca narices. Tuvimos más de la suerte que esperábamos al
tocarnos al lado de las dos chicas que habíamos visto en el aparcamiento. David
las había señalado en cuanto vio a la segunda chica salir del coche, pero yo me
había fijado más en la primera. Parecía tímida, un reto y los retos me
gustaban.
-Mira con
quien nos toca –canturreé pegándole un codazo a mi amigo y guiñándole un ojo.
-Anda Alex, pero mira a
quienes tenemos aquí, las dos chicas de antes –dijo David con un descaro
increíble.
Las dos chicas se pusieron
a cuchichear y la más lanzada de las dos le contestó mientras la otra simplemente
se quedó mirando. Me quedé observándola mientras mi amigo contestaba a la
lanzada.
-Yo soy David, y él…
-Tío, se
presentarme solito, gracias. Yo soy Alex –dije mirando a la chica tímida a los
ojos.
Me senté
en el asiento del pasillo mientras Amy y mi amigo charlaban animadamente. No me
apetecía mucho hablar por lo que encendí el iPod y me puse una versión acústica
de “22” de Taylor Swift. Canturreé para mis adentros el estribillo de la
canción. Me quedaban unos cuantos años para los veintidós pero esa canción me
gustaba. La voz de Taylor fue desapareciendo de mis oídos mientras caía en un
profundo sueño.
El
zarandeo de David fue lo único que consiguió despertarme tras decirme que
estábamos a punto de aterrizar. Podía ver alguno de los monumentos más importantes
por la ventana del avión. Londres era gigante pero parecía tan pequeño a la
altura a la que estábamos.
-Soph, que aterrizamos
–chilló Amy mientras zarandeaba a su amiga.
Amy
-Menuda potencia de voz que
tienes, casi me dejas sordo –se quejó David.
-¿Se nota
que soy cantante, verdad? –dije sonriendo mientras le guiñaba un ojo.
Se me
quedó mirando mientras canturreó una canción de Jason Mraz en mi oído.
-Yo
también canto ¿ves? –demostró su talento sonriente.
Había una
pequeña posibilidad de que fuéramos al mismo internado. Pero no, no podía ser,
bastante casualidad era que nos tocara sentarnos al lado en el avión. Sonreí al
chico que tenía en frente y decidí preguntarle.
-¿Y
vosotros, a qué venís a Londres?
-A
estudiar –contestó mirándome a los ojos –música –concretó.
-¿Aquí?
–le enseñé la hoja en la que ponía el nombre del internado.
Sacó una
hoja del bolsillo de sus vaqueros desgastados, me la mostró y pude ver una
copia idéntica de la que teníamos Sophie y yo. Conclusión, los veríamos todos
los días.
-¿Y
vosotras? ¿Sabéis ir al internado? –preguntó Alex.
-No
–contestamos Sophie y yo al unísono.
Salimos
del avión sin pronunciar una palabra. Caminamos hacia las cintas en las que se
recogían las maletas y a continuación esperamos junto a la puerta del
aeropuerto pensando en algo que hacer.
-¿Y si
cogemos un taxi? Damos la dirección y ya nos llevan… -sugirió Alex. Chico
listo.
-Está bien
–dijo Sophie acercándose a un par de taxistas que había contratados por el
aeropuerto.
Sophie
hablaba inglés perfectamente, su nombre era inglés. Su madre era española pero
su padre era de Seattle. Ella había nacido allí pero a los tres años sus padres
decidieron volver al país natal de su madre. Entonces yo la había conocido y
llevaba siendo mi mejor amiga desde que éramos enanas.
Alex corrió detrás de mi amiga hacia los taxistas y con
un perfecto inglés pidieron dos taxis.
David
Alex y yo, ayudamos al
conductor a colocar las maletas en el maletero del coche, nos subimos en uno de
los dos taxis y le dimos la dirección. Tras pasar por encima del Támesis; por
el Tower Bridge y ver monumentos históricos como el London Eye o el Big Ben, atravesamos
una calle que llevaba a dar al palacio de Buckingham, donde vivía la reina de
Inglaterra. Seguimos recorriendo en taxi algunas de las calles frías de
Londres, en 20 minutos estábamos en la residencia. Era un edificio blanco en
las afueras de la zona céntrica con hiedra en la fachada.
Entramos al edificio, tenía
muebles y puertas antiguos y réplicas de cuadros famosos, como ‘El Caballero de
la mano en pecho’ y algunos más que
conocía de los que no recuerdo el título. Los muebles de madera, dejaban ver
polvo acumulado en ellos durante años y la alfombra de moqueta roja que llevaba
a la recepción tenía manchas, probablemente de polvo también. Dentro del
internado nos encontramos con las chicas. Posamos las maletas y mi guitarra en
unas escaleras de caracol, también cubiertas de moqueta roja y nos dirigimos a
la recepción donde una señora rubia de unos cincuenta años estaba dispuesta a
atendernos. A primera impresión era un edificio que escondía secretos, y
escondería aún más tras nuestra llegada a él…estaba seguro de ello.
Las chicas
hablaban con la mujer y Alex atendía a lo que decía, parecía que yo era el
único que estaba observando cada una de las cosas que rodeaba aquel extraño
lugar. Se me haría raro vivir en él. Parecía acogedor pero a la vez podía
llegar a dar algo de miedo. Los ojos de los personajes pintados en los cuadros
me seguían con la mirada, o al menos, daba esa sensación. Me acerqué a mi amigo
algo acojonado.
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